La burbuja que sabe que es una burbuja
Sam Altman advierte sobre la sobreexcitación alrededor de la IA. Valoraciones estratosféricas, especulación y promesas desbordadas. Así se parece el ciclo actual a otras burbujas tecnológicas pasadas.
¿Es la Inteligencia Artificial una burbuja? Como apasionado de la economía y los mercados, hace tiempo que quería explorar este tema con la perspectiva histórica de otras burbujas anteriores. Hace unos días, di con un magnífico post de Craig McKaskill, donde explora esta pregunta desde el mismo enfoque: The Bubble That Knows It's a Bubble.
Le pedí permiso a Craig para traducirlo y compartirlo con vosotros, a lo que accedió amablemente. Es un texto largo, pero merece mucho la pena leerlo para comprender mejor en qué fase del ciclo nos encontramos, y cómo podemos prepararnos para el futuro.
Sin más, os dejo con él. ¡Disfrutadlo!
Las cuatro palabras que preceden a cada colapso: “Esta vez es diferente”
Excepto que esta vez, quien advierte sobre una burbuja es Sam Altman, el CEO más responsable de haberla creado. Cuando el director ejecutivo de OpenAI advirtió la semana pasada que los inversores estaban “sobreexcitados” con la IA, los mercados reaccionaron al instante. Nvidia cayó un 3,5%, Palantir perdió casi un 10% y la ola vendedora se extendió por todo el mundo.
La advertencia llegó en medio de una cascada de datos que parecían reforzarla. Esa misma semana, investigadores del MIT publicaron un estudio según el cual el 95% de las empresas que invierten en IA generativa no estaban viendo retornos medibles. El economista jefe de Apollo Global Management alertó de que las valoraciones actuales superaban incluso los picos de la burbuja dot-com. Y datos de la Reserva Federal mostraban que la inversión en IA estaba consumiendo más de la mitad del gasto total en capital de EE.UU.
Los números cuentan la historia. Anthropic levantó 5.000 millones con una valoración de 170.000 pese a tener unos ingresos insignificantes. Character.AI alcanzó una valoración de 1.000 millones con 1,7 millones de usuarios mensuales: unos 588 dólares por usuario. Inflection AI captó 1.300 millones antes de vender básicamente a todo su equipo a Microsoft en una especie de acqui-hire, dejando a los inversores con una carcasa vacía.
Ray Dalio, fundador de Bridgewater Associates, dijo al Financial Times que el entorno actual recuerda a 1998-1999, advirtiendo que, aunque la IA sin duda transformará la economía, los inversores “están confundiendo eso con que las inversiones serán exitosas”.
¿Suena familiar? Debería. Esta secuencia exacta, tecnología revolucionaria, capital abundante, frenesí especulativo, seguido de un baño de realidad, se ha repetido con una consistencia asombrosa durante más de 180 años. La burbuja del ferrocarril en la década de 1840. Las acciones de radio en los años 20. La fiebre punto com en los 90. En cada ocasión, la tecnología fue real. En cada ocasión, la especulación fue insostenible. En cada ocasión, la sobreconstrucción se convirtió en la base del día después.
La primera burbuja tecnológica: cuando Gran Bretaña enloqueció con los ferrocarriles
Para entender lo que está pasando con la IA hoy, hay que viajar a la Gran Bretaña de los años 1840, donde se estaba gestando la primera gran burbuja tecnológica en torno al ferrocarril.
La burbuja del ferrocarril de los años 40 hace que el frenesí actual por la IA parezca contenido. Entre 1843 y 1846, el parlamento británico aprobó 263 leyes para nuevas compañías ferroviarias que proponían 15.000 km de vías, casi el equivalente a toda la red ferroviaria británica actual. La especulación democratizó la inversión como nunca antes. Oficinistas, tenderos y empleados del hogar, gente que nunca había tenido acciones, hipotecaron sus casas y pidieron préstamos para comprar títulos ferroviarios. El furor arrastró a todo el mundo, desde granjeros hasta obreros de fábrica, todos convencidos de que estaban invirtiendo en el futuro.
La locura empezó con un éxito genuino. El ferrocarril Liverpool-Manchester había demostrado el concepto, reduciendo el trayecto Londres-Glasgow de varios días a 24 horas. No era solo transporte más rápido, era la compresión del tiempo y del espacio, algo casi mágico para quienes nunca habían viajado más rápido que un caballo.
Las condiciones económicas alimentaron la especulación. Los bajos tipos de interés empujaron a la clase media británica hacia las acciones ferroviarias. Bastaba un depósito del 10% para comprarlas; el resto se pagaba después. Ese apalancamiento significaba que la gente común podía comprar mucho más de lo que podía permitirse: imagina adquirir 10.000 dólares en acciones con solo 1.000 de entrada. Ya para 1846, las compañías ferroviarias representaban el 71% del valor total del mercado, frente al 23% ocho años antes.
Entonces llegó la realidad. En octubre de 1845, el Banco de Inglaterra subió los tipos. De repente, los inversores apalancados recibieron requerimientos de capital que no podían cubrir. Familias que pensaban haber hecho inversiones modestas descubrieron que debían miles de libras que no tenían. Para 1850, las acciones ferroviarias habían perdido un 85% de su valor máximo. Más de 200 empresas quebraron. La crisis comercial de 1847 se convirtió en uno de los peores desastres financieros de la historia británica.
Pero mientras los inversores perdían fortunas, Gran Bretaña ganaba infraestructuras de un valor incalculable. Toda esa inversión especulativa había construido una red ferroviaria que se convirtió en la columna vertebral de la Revolución Industrial. Las vías redundantes y sobreconstruidas que parecían despilfarro en 1847 permitieron el dominio industrial británico durante el siglo siguiente.
La burbuja punto com: cuando Internet rompió la economía
Pasados 150 años, el patrón se repitió con una precisión inquietante. La burbuja de Internet de finales de los 90 demostró cómo narrativas atractivas pueden hacer que las valoraciones se despeguen por completo de cualquier atisbo de realidad empresarial.
Las cifras fueron apabullantes. El NASDAQ subió un 800% desde 1995 hasta su pico de marzo de 2000 (5.048 puntos). Utilizando indicadores tradicionales, la locura era evidente: el ratio precio-beneficio (PER) del índice alcanzó 200. En cristiano: los inversores pagaban 200 dólares por cada dólar de beneficio real que generaban esas compañías. Para comparar, un mercado sano suele tener un PER de 15-20. Por comparar, en la grandiosa burbuja japonesa de 1989 alcanzó 80. Pero los inversores punto com se convencieron de que los beneficios ya no importaban. Lo que importaba era la atención generada y el potencial futuro. Muchas de estas empresas no tenían beneficios en absoluto, haciendo sus PER técnicamente infinitos. Esa imposibilidad matemática debería haber sido una señal de alarma. Se abandonó por completo el análisis fundamental en favor de pura especulación sobre potencial futuro, convencidos de que métricas tradicionales como ingresos, márgenes y flujo de caja eran reliquias de la “nueva economía”.
El Wall Street Journal, bastión de sobriedad financiera, sugería “repensar” la “idea anticuada” de que las empresas debían ser rentables.
Como con el ferrocarril, la tecnología subyacente era genuinamente revolucionaria. Internet iba a cambiarlo todo, solo que no tan rápido ni tan rentable como asumieron los inversores. Y, al igual que en el boom ferroviario, las condiciones económicas habilitaron la especulación. La Reserva Federal recortó tipos tras el colapso de Long-Term Capital Management en 1998, inundando el sistema de dinero barato. La Taxpayer Relief Act de 1997 redujo impuestos sobre plusvalías, haciendo la especulación más atractiva.
Pero fue la psicología lo que hizo a la burbuja punto com fuera verdaderamente extraordinaria. Cualquier empresa que añadía “.com” a su nombre atraía inversión. VA Linux subió un 698% el día de su IPO. Pets.com, que vendía comida para mascotas a pérdidas, alcanzó 300 millones de capitalización. TheGlobe.com salió a bolsa sin ingresos y su acción subió un 606% en un día. La democratización de la inversión vía brókers online significó que, en primavera de 1999, uno de cada doce estadounidenses declaraba estar montando un negocio. Los inversores minoristas invirtieron 260.000 millones en fondos de renta variable en 2000, con los niveles de deuda a crédito en niveles récord en 300.000 millones. El day trading se convirtió en fenómeno cultural. CNBC era el canal de televisión de referencia.
La filosofía de la era la resumió un socio de Kleiner Perkins: “Antes necesitabas un modelo de negocio. Ahora necesitas un concepto de negocio.” Los ingresos eran cosa de ayer; lo que importaba era el mindshare. Las métricas tradicionales fueron descartadas como reliquias de la era industrial.
El crash, cuando llegó, fue rápido y despiadado. De marzo de 2000 a octubre de 2002, el NASDAQ cayó un 78%. Las pérdidas alcanzaron 5 trillones (américanos) de dólares, cerca de la mitad del PIB estadounidense por aquel entonces. Pero estos números no capturan el coste humano para la gente de a pie. La crisis punto com eliminó 200.000 empleos solo en Silicon Valley, mientras millones de inversores vieron evaporarse sus ahorros para la jubilación o la universidad. Los mismos estadounidenses de clase media a quienes se les dijo que eran tontos por no participar en la “nueva economía” afrontaron la ruina financiera. Fondos de pensiones de docentes se redujeron a la mitad. Ahorros familiares destinados a vivienda y educación desaparecieron. Diseñadores web que cobraban seis cifras pasaron a pelear por contratos de 15 dólares la hora. Comunidades alrededor de polos tecnológicos se vaciaron cuando los trabajadores huyeron a ciudades más baratas. De las 7.000-10.000 empresas de Internet creadas a finales de los 90, solo el 48% sobrevivió más allá de 2004.
La destrucción creativa es una aritmética brutal. ¿El capital? Se esfumó. Completamente vaporizado. Pero la infraestructura no son certificados bursátiles. Esos cables de fibra óptica no desaparecieron cuando murió Pets.com. Los centros de datos siguieron zumbando tras el apagón de Webvan. Toda esa inversión “desperdiciada” ya se había transformado en algo físico. Las líneas, servidores y redes que serían la base de Google, Facebook, Amazon Web Services y la transformación digital que sí lo cambió todo. Las víctimas de la burbuja financiaron sin saberlo el futuro. Solo que pagaron una década antes de tiempo.
Ningún país es inmune
El patrón de burbuja no es exclusivo del mundo anglosajón. La burbuja de precios de activos de Japón en los 80 vio al Nikkei subir un 300% en cinco años antes de perder el 60% de su valor. Se decía que los terrenos del Palacio Imperial de Tokio valían, teóricamente, más que todo el suelo de California. Cuando estalló, Japón entró en una “década perdida” de estancamiento.
China ha perfeccionado el arte de las burbujas gestionadas. Su burbuja bursátil de 2007 vio al Shanghai Composite subir un 480% en dos años antes de caer un 72%. La de 2015 fue aún más dramática: subida del 150% en seis meses seguida de un 43% de caída en solo dos. Cada vez, la intervención estatal evitó un colapso total pero no pudo impedir una destrucción masiva de riqueza.
La burbuja de la IA de hoy es inequívocamente global. China corre para igualar capacidades con EE.UU., volcando recursos estatales en campeones nacionales. La UE lucha por regular sin quedarse atrás. Arabia Saudí compromete 40.000 millones a inversiones en IA vía su fondo soberano. Esta especulación sincronizada globalmente podría amplificar tanto el auge como la eventual caída.
El patrón del que no podemos escapar
Si tomamos perspectiva, un patrón emerge a través de los siglos:
Un avance real genera entusiasmo legítimo. Ferrocarriles, electricidad, Internet, IA: todos son saltos tecnológicos reales, no mejoras incrementales.
Los casos de éxito inicial convierten a los escépticos en creyentes. El Liverpool-Manchester redujo días a horas. Amazon sobrevivió cuando el 90% de las dot-com murieron. ChatGPT alcanzó 100 millones de usuarios en dos meses. Estos casos de éxito silencian a los críticos justo el tiempo suficiente para que la especulación prenda.
Los mercados de capital aportan el combustible. Tipos bajos, nuevos vehículos de inversión, acceso democratizado… mecanismos distintos, mismo resultado: demasiado dinero persiguiendo el futuro.
El efecto arrastre aplasta el escepticismo. Cuando tu vecino se enriquece con acciones ferroviarias o tu compañero deja el trabajo para unirse a una startup, el FOMO vence al análisis racional.
La realidad se impone. Llegan los requerimientos de capital. Los ingresos no se materializan. El futuro llega, solo que más lento y distinto de lo prometido.
La infraestructura permanece cuando los especuladores huyen. La red ferroviaria británica, la fibra óptica estadounidense, los clusters de GPU actuales: el sobreaprovisionamiento de hoy es la ventaja competitiva de mañana.
Este patrón se cumple en continentes, siglos y tecnologías diferentes. Los actores cambian, pero el guión es asombrosamente consistente. Lo que nos lleva al boom actual de la IA y a un giro sin precedentes: ¿qué pasa cuando todo el mundo ve el patrón mientras lo vive?
Por qué ahora: la burbuja que sabe que es una burbuja
Lo que nunca había pasado antes es que todo el mundo sabe lo que va a pasar.
CEOs alertando de que su propio sector está recalentado. Investigadores publicando tasas de fracaso en tiempo real. Inversores casuales siguiendo las valoraciones de las empresas IA. Ya no es información privilegiada, es discurso mainstream.
Compáralo con la historia. ¿La burbuja del ferrocarril? La información viajaba a velocidad de caballo. ¿La punto com? Existía CNBC, pero no Twitter. La mayoría se enteró de la burbuja cuando su plan de pensiones 401k se evaporó.
Ahora nos enteramos al instante sobre cada ronda, cada demo sobredimensionada, cada estudio crítico. El MIT publica datos con tasas de fracaso y al cabo de horas es tendencia en LinkedIn. Bloomberg programa segmentos semanales de “¿Es esto una burbuja?”. Inversores minoristas comparten artículos sobre patrones históricos de burbujas.
La versión moderna de “añadir .com a tu nombre” es aún más descarada. Las empresas añaden “AI” a sus descripciones y ven subir sus valoraciones. La acción de BuzzFeed saltó un 300% tras anunciar contenido generado por IA. C3.ai cotiza a 15 veces ingresos pese a perder dinero por cada dólar de ventas. Incluso empresas establecidas juegan a esto: consultoras que antes vendían “transformación digital” ahora venden “transformación con IA” a precios premium.
Las cifras de Nvidia encapsulan la manía a la perfección. La compañía cotiza con un PER de entre 58 y 72, más del triple de la media del S&P 500. Su capitalización supera los 4 trillones (americanos) de dólares basada en gran medida en vender palas a los buscadores de oro de la IA. Microsoft invierte 13.000 millones con OpenAI. Amazon 4.000 millones a Anthropic. Google corre para igualar las inversiones en Gemini. El gasto de capital en infraestructura de IA ya supera toda la burbuja punto com ajustada a la inflación. Para ponerlo en perspectiva, el gasto en infraestructura de IA se acerca a cientos de miles de millones anuales, un nivel de inversión tecnológica concentrada que no se veía desde la carrera espacial.
Esto crea una paradoja: la burbuja más transparente de la historia podría ser también la más inevitable. Porque saber que estás en una burbuja no te impide participar. Pregúntale a cualquiera que compró GameStop en la fiebre de los meme stocks. Sabían que era una locura. Aun así lo hicieron.
La pregunta no es si la consciencia evita la estupidez. Es si cambia el tipo de estupidez que estamos a punto de ver.
Por qué la IA podría ser realmente diferente esta vez
Quizá la IA rompa el molde. Los optimistas no están completamente delirando. Hay razones genuinas por las que esta tecnología podría desafiar patrones históricos:
La velocidad de despliegue lo cambia todo. Los ferrocarriles tardaron décadas en construirse. Incluso el software requiere descargas, integraciones y formación. ¿Pero la IA? ChatGPT llegó a 100 millones de usuarios en dos meses. Cuando la infraestructura es cloud y los productos están en el navegador, las curvas de adopción se vuelven verticales, cosa imposible para productos físicos.
La posibilidad de mejora recursiva. Cada tecnología anterior mejoró gracias a la innovación humana. La IA podría ser la primera capaz de mejorarse a sí misma. Si la IA puede potenciar el desarrollo de IA, podríamos ver progreso exponencial en lugar de lineal. No es ciencia ficción. Modelos actuales ya ayudan a entrenar modelos de próxima generación.
Efectos de red con esteroides. Más usuarios hacen más valiosas las redes sociales. Más usuarios hacen más inteligente la IA. Cada prompt enseña al sistema. Cada corrección mejora el rendimiento. La empresa que logre dominar la IA podría tener una ventaja insalvable porque su liderazgo se retroalimenta a diario.
Porque los gigantes podrían crear su propia competencia. Aquí está el giro: los enormes costes de entrenamiento y computación que hacen que los líderes actuales parezcan inexpugnables podrían, de hecho, democratizar la tecnología. Una vez los modelos fundacionales están disponibles, otras empresas más pequeñas pueden construir aplicaciones especializadas sin soportar los costes iniciales. OpenAI se gasta miles de millones para que una startup se gaste miles. Pero, a diferencia de plataformas tecnológicas anteriores, la IA podría ser inusualmente resistente a fosos defensivos. Cuando el modelo de tu competidor mejora, a menudo también puedes incorporar esos avances. Cuando surgen alternativas open-source, todas se benefician de la innovación colectiva. ¿Resultado? En vez de dinámicas “el ganador se lo lleva todo”, podríamos ver una explosión de negocios impulsados por IA que, colectivamente, hacen crecer la tarta más rápido de lo que cualquier burbuja puede inflarse. La propia naturaleza de la tecnología (reproducible, componible, mejorable) podría crear más valor del que destruye.
Estos argumentos merecen consideración seria. Quizá esta vez sí sea diferente. Pero eso mismo pensaron los inversores sobre los ferrocarriles (“¡aniquilamos la distancia!”), la radio (“¡lo inalámbrico lo cambia todo!”) e Internet (“¡bits, no átomos!”). Las tecnologías revolucionarias pueden ser a la vez transformadoras y estar sobrevaloradas. La pregunta no es si la IA cambiará el mundo. Lo hará. La pregunta es si las valoraciones actuales reflejan cronogramas y potencial de beneficios realistas, o si otra vez estamos pagando precios de mañana con dinero de hoy.
¿Y si me equivoco? Si la IA realmente rompe todos los patrones históricos, entonces estamos a punto de presenciar la mayor creación de riqueza de la historia humana. Es una apuesta que muchos consideran que vale la pena.
¿Cuándo se detendrá la música?
La historia ofrece pistas pero no certezas sobre el timing. La burbuja del ferrocarril duró unos cuatro años del acelerón al crash (1843-1847). La fase aguda de las punto com unos cinco (1995-2000). El patrón sugiere que las grandes burbujas tecnológicas tardan 4-6 años desde que se vuelven mainstream hasta su colapso.
Para la IA, si datamos la consciencia masiva desde el lanzamiento de ChatGPT en noviembre de 2022, llevamos casi tres años de ciclo. La historia sugiere que estamos entrando en las “etapas medias”. La progresión típica:
Año 1-2: Asombro y experimentación (2022-2024)
Año 2-3: Despliegue masivo de capital e infraestructura (aquí estamos)
Año 3-4: Se hace evidente la saturación de mercado y los retornos decepcionantes
Año 4-5: Se detiene la música
Pero varios factores podrían acelerar o retrasar este calendario. Subidas de tipos históricamente disparan los colapsos de burbujas, y ya estamos viendo tipos más altos. A la inversa, el apoyo gubernamental a la IA como prioridad de seguridad nacional podría extender la burbuja más allá de la norma histórica.
¿El indicador más fiable? Fíjate en el momento en que las empresas de IA empiezan a adquirirse entre sí pagando con acciones en lugar de efectivo. Históricamente ha sido la última fase antes del colapso.
Cómo lucrarse con los restos
Mientras todo el mundo debate si estamos o no en una burbuja, algunos inversores plantean otras preguntas: ¿Qué se está sobreconstruyendo? ¿Qué estará barato tras el crash? ¿Quién está resolviendo problemas de verdad y quién solo monta la ola del hype?
Si la historia es guía, el playbook podría ser así:
Primero, sigue la infraestructura. Durante la burbuja del ferrocarril, el movimiento inteligente no fue comprar acciones ferroviarias, sino invertir en acero, suelo y firmas de ingeniería. Cuando explotó la burbuja punto com, alguien pudo comprar toda esa fibra óptica por céntimos. ¿Hoy? Centros de datos, fabs de semiconductores e infraestructura energética están recibiendo inversiones masivas de capital. Ese hardware no desaparece cuando caen las valoraciones.
Segundo, busca ingresos reales. Si el estudio del MIT acierta, el 95% de las empresas IA están quemando caja en “customer discovery” y “educación de mercado”. Pero en ese mix hay un 5% que cobra dinero por soluciones que la gente necesita hoy. Compañías con contratos enterprise aburridos podrían sobrevivir mejor que las de las demos virales.
Tercero, apuesta por la necesidad, no la novedad. Amazon no era sexy en el crash punto com. Vendía libros a gente que necesitaba libros. Adobe no era emocionante en la crisis financiera. Vendía herramientas sin las que negocios y diseñadores no podían trabajar. Las empresas de IA que sobrevivan quizá sean las que automatizan tareas que la gente odia, no las que prometen AGI.
Cuarto, prepárate para gangas. Toda burbuja termina con buenas empresas arrojadas al mismo saco que las malas. En 2002 podías comprar acciones pre-IPO de Google por una fracción de su valor eventual. En 2008, Netflix cotizaba a 3 dólares por acción mientras se la descartaba como una empresa de DVDs por correo. En 2010, esas acciones de 3 dólares valían 30. En 2020, tras splits, esa inversión de 3 dólares valía más de 300. El próximo ciclo servirá oportunidades similares para quien tenga liquidez y paciencia.
La burbuja crea las condiciones exactas que hacen rentable invertir después de la burbuja. La sobreinversión masiva reduce costes de infraestructura. El crash elimina competidores débiles. El talento queda disponible cuando implosionan startups sobrefinanciadas.
La lección de la historia no es “evita las burbujas”. Es “posiciónate para lo que viene después”.
Distintas herramientas, mismas decisiones
Mientras escribo esto, mi feed de LinkedIn está inundado de anuncios de rondas de IA. Cada conferencia tech tiene paneles sobre “Por qué la IA lo cambia todo”. La mayoría de pitch decks que veo ahora incluyen un ángulo de IA, encaje o no. Es imposible no ver el patrón.
Si has llegado hasta aquí, estas afirmaciones te resultarán familiares. No porque las hayas oído sobre la IA antes, sino porque resuenan con cada tecnología transformadora de los últimos 200 años.
Pero aquí va lo realmente distinto esta vez: ya no estamos ciegos a los patrones. La advertencia de Sam Altman sobre la burbuja no es únicamente un ejercicio de franqueza inusual. Es evidencia de que quizá estemos aprendiendo de la historia en vez de repetirla al pie de la letra.
Tenemos herramientas que las generaciones anteriores no tenían. Empezando por la regulación: Sarbanes-Oxley salió de las cenizas punto com, exigiendo divulgación financiera real. La Volcker Rule limita que los bancos hagan apuestas especulativas con dinero de depositantes. Los stress tests obligan a que grandes instituciones demuestren que pueden sobrevivir a shocks.
La base inversora también ha evolucionado. Si en la burbuja del ferrocarril habían tenderos arriesgando sus ahorros y en la burbuja dot-com predominaban los day traders buscando pelotazos, hoy la inversión en IA fluye principalmente a través de fondos de venture e instituciones. Sí, el minorista puede comprar Nvidia, pero no puede acceder a rondas pre-IPO donde está la especulación real. Esta concentración entre profesionales no evitará una burbuja, pero podría evitar la devastación generalizada que siguió a crashes anteriores.
La gestión de riesgos ha cambiado. Teoría de carteras, derivados para hedging y datos en tiempo real permiten a inversores sofisticados protegerse como antes era inimaginable. La Reserva Federal ahora tiene herramientas como el QE que no existían en crisis pasadas. Que las usen bien o no es otra cosa, pero el kit existe.
Más importante aún, tenemos redes de comunicación que difunden hype y escepticismo a la misma velocidad. El estudio del MIT con un 95% de fracasos se viralizó la misma semana que se publicó. Cada anuncio IA desbordado de entusiasmo recibe fact-checking inmediato. Esto no detiene la especulación, pero arma a los inversores con información que sus predecesores no tenían.
La especulación, la emoción y hasta cierto grado de sobreinversión son probablemente partes necesarias de cómo la sociedad gestiona cambios revolucionarios. Pero los ciclos de boom-bust catastróficos no son inevitables. Son bugs del sistema que quizá podamos corregir.
La revolución de la IA es real, transformadora y probablemente imparable. Que se despliegue con crecimiento sostenible o con ciclos de boom-bust dependerá en gran medida de las decisiones que tomemos en los próximos años. Las señales tempranas (incluidas voces como la de Altman advirtiendo sobre la sobreexcitación) sugieren que quizá estemos aprendiendo.
El impacto humano de la burbuja de la IA podría ser fundamentalmente distinto. Las burbujas anteriores destruyeron empleos cuando estallaron. La IA podría destruir empleos mientras aún se está inflando. Si la IA cumple de verdad sus promesas de automatización, podríamos ver la primera burbuja que elimina más empleo durante su subida que durante su bajada.
Esto crea un riesgo social sin precedentes: una burbuja tecnológica que triunfa en sus objetivos podría causar más disrupción que una que fracasa. La burbuja del ferrocarril dio a Gran Bretaña redes ferroviarias y empleos industriales. La punto com nos dio el comercio electrónico y carreras digitales. La burbuja de la IA podría darnos productividad sin precedentes y menos empleos. Esa es una ecuación social que aún no hemos resuelto.
Lo que sabemos vs. lo que haremos
Tras 180 años de booms espectaculares y crashes devastadores, los patrones están claros. La pregunta es si podremos actuar en consecuencia.
La historia sugiere que la mayoría no. Participaremos en la manía aun sabiendo que no deberíamos, igual que los oficinistas hipotecaron sus casas por acciones ferroviarias y los day traders dejaron sus empleos. Es la naturaleza humana. Pero quizá conocer el guión al menos nos permite interpretar nuestro papel con más conciencia.
La verdad es que todos sabemos ya que estamos en una burbuja. Sabes que las valoraciones de la IA son demenciales. Sabes que la mayoría de estas empresas fracasarán. Sabes que el crash llegará. La cuestión no es qué hacer, sino si realmente lo harás cuando llegue el momento.
Porque cuando Nvidia caiga un 50%, no pensarás “oportunidad”. Pensarás “esto se va a cero”. Cuando la IA se vuelva tóxica e impopular, no recordarás que la tecnología es real. Lo cuestionarás todo. Esa es la trampa psicológica: entender las burbujas intelectualmente es fácil. Mantener la perspectiva dentro de ellas es casi imposible.
Si tienes que participar (seamos sinceros, el FOMO es real), la historia ofrece unos pasamanos. Los proveedores de infraestructura suelen sobrevivir aunque sus valoraciones no. Las empresas que resuelven lo mundano duran más que las que prometen revoluciones. Y las mejores oportunidades no aparecen durante la manía, sino en los escombros que deja.
Conserva pólvora seca. Cuando todo el mundo declare “muerta” a la IA, ese es tu momento. No hoy, cuando quién te sirve el café te da consejos de inversión. El futuro siempre llega. Solo tarda más y se ve distinto de lo que esperábamos.
El acto más radical quizá sea la paciencia. Deja que otros financien la infraestructura. Que descubran qué casos de uso importan de verdad. Que quemen capital aprendiendo lecciones duras. Luego, cuando se asiente el polvo y los turistas se hayan ido, mira qué queda.
Porque siempre queda algo. Gran Bretaña obtuvo sus ferrocarriles. Nosotros obtuvimos Internet. Y obtendremos la IA. La única pregunta es si estarás entre quienes la pagaron o entre quienes se beneficiaron de ella.
Las burbujas son mecanismos de transferencia de riqueza. El dinero fluye de los impacientes a los pacientes, de los apalancados a los líquidos, de los emocionales a los analíticos. La única verdadera ventaja es el temple. ¿Puedes mantenerte escéptico en la euforia y optimista en la desesperación? La historia dice que probablemente no. Pero al menos ahora conoces el guión que estás siguiendo.
La verdadera revolución no está en la tecnología que construimos. Está en si, por fin, hemos aprendido a construirla sin autodestruirnos en el proceso.
Las cuatro palabras que preceden a cada crash: “Esta vez es diferente”. Pero las cuatro palabras que podrían evitarlo: “Ya hemos visto esto antes”.
Nota de Craig al cierre del post original: Trabajo en ServiceNow, pero estas opiniones son enteramente mías y no representan la postura de mi empresa sobre la IA, las burbujas o cualquier otro tema. Esto no es en absoluto un consejo de inversión, solo el intento de una persona de darle sentido a que la historia vuelve a rimar.
Y sin embargo, esta burbuja viene de una disrupción aún más profunda que las anteriores, en mi opinión. Una que afecta a nuestros cerebros (como sugieren diversos estudios), se inmiscuye en todos los sectores (escalofriantes los últimos videos de robots doblando ropa, etc), y su plan B si no funciona es escalofriante (drones de guerra con IA).
La IA nos hace vivir más dispersos. Hay que verla como una herramienta más para optimizar y mejorar el rendimiento.
Si uno no es capaz de hacerlo para su negocio, la IA no sirve.