Cómo radicalizar a un chaval: el modelo de negocio de la polarización
La radicalización digital explicada: cómo memes, influencers y algoritmos moldean la visión del mundo de los jóvenes y dividen a la sociedad.
Esta semana, un tirador acabó con la vida de Charlie Kirk, un popular influencer de la derecha estadounidense. A los dos días, su padre lo entregaba a las autoridades. Para sorpresa de muchos, no cumplía el patrón que anticipaban.
Tayler Robinson, que así se llama el acusado, es un chico blanco de 22 años. Natural de Washington, Utah, creció en una acomodada familia republicana, con la que acudía a misa los domingos, y tenía un excelente expediente académico.
Si bien el perfil sorprendió, personalmente lo que me llamó más la atención fueron las inscripciones que la policía encontró en los casquillos de las balas:
Notices bulges OwO what’s this? (en referencia a un meme utilizado entre y contra la comunidad Furry de Internet; su traducción literal sería algo como: “Noto un bulto. Cara de gatito sorprendido. ¿Qué es esto?”).
Hey fascist! Catch! (seguido de ↑→↓↓↓) (dónde rápidamente la comunidad de Helldivers, un shooter en primera persona donde la humanidad lucha una batalla interplanetaria contra “bichos”, lo identificó como la secuencia que invoca un ataque nuclear concreto dentro del juego)
O Bella ciao, Bella ciao, Bella ciao, Ciao, ciao! (el popular himno antifascista italiano popularizado durante la segunda guerra mundial)
If you read this, you are GAY Lmao (otra referencia de humor absurdo de Internet)
La prensa generalista en un primer momento, y antes de la identificación de Robinson, atribuyó un carácter antifascista a las inscripciones, particularmente por la segunda y la tercera. Sin embargo, se perdieron detalles como la referencia a Helldivers o aquellas al humor más profundo de Internet de las otras dos frases, lo que siembra dudas de sus motivos reales.
Sea como fuere, la pregunta que me hago, especialmente como padre, es qué lleva a un chico de 22 años aparentemente normal a radicalizarse hasta el punto de querer matar a alguien. Es entonces cuando he caído en la cuenta de que la polarización es un excelente modelo de negocio, cuyo producto principal son las narrativas radicales.
El negocio de la polarización
Podríamos decir que Rupert Murdoch, magnate australiano propietario de FOX News, es el padre moderno de la polarización como modelo de negocio. Murdoch aprovechó un cambio regulatorio en EE.UU., previo al cual los medios estaban obligados a dar una opinión balanceada sobre cualquier hecho, para crear una cadena de noticias que serviría únicamente opiniones alineadas con el sentir conservador del país.
De esta forma, FOX News, en lugar de dar una opinión imparcial sobre lo que pasaba en el mundo, seleccionaba las noticias según lo que su audiencia quería escuchar, como por ejemplo, los peligros de la inmigración ilegal o las minorías. De esta forma, creaba una realidad alternativa captando con ello a un segmento de audiencia, el público más conservador de EE.UU., del que luego sacaba rédito a través de la publicidad.
En el lado opuesto del espectro político pasó algo parecido, y cadenas como MSNBC aparecieron para capturar a la audiencia liberal, igualmente seleccionando las noticias que les interesaban y descartando aquellas que les podrían hacer dudar.
El resultado es que ambos grupos, pese a estar consumiendo noticias contínuamente, observaban realidades completamente opuestas y con poco solapamiento entre ellas. Esto, que fue muy rentable económicamente para las cadenas, tuvo un efecto notablemente divisivo en la sociedad.
La era del algoritmo y la polarización a escala
Como Murdoch descubrió, la polarización vende. Es posible generar un gran negocio si consigues captar y aislar a una audiencia en su particular cámara de eco. Hacerlo, sin embargo, no era fácil, pues segmentar más allá de amplias posiciones ideológicas con medios tradicionales como cadenas de televisión o periódicos era tremendamente caro.
Tuvieron que pasar 20 años hasta que las redes sociales permitieran innovar en el modelo de negocio de la polarización. El trato que ofrecieron a los usuarios era inmejorable: podríamos disfrutar gratis de los servicios de las redes sociales a cambio de nuestros datos. Datos que utilizarían para categorizarnos en perfiles sociodemográficos que venderían a los anunciantes, y que éstos utilizarían para ofrecernos productos que nos pudieran interesar.
El gran cambio vino con los algoritmos de recomendación basados en inteligencia artificial. Las grandes plataformas pronto se dieron cuenta de que las relaciones personales que definieron nuestras interacciones en la primera época de las redes sociales no nos enganchaban lo suficiente.
Empezaron entonces a servirnos contenido de otros en nuestro feed que el algoritmo pensaba que nos podría interesar, creando un número infinito de cámaras de eco (terraplanistas, antivacunas…). Y, el algoritmo, entrenado para mantenernos el máximo tiempo posible enganchados para así poder capturar nuestros datos y servirnos anuncios, pronto aprendió que, como hacía FOX News exponiendo ideas liberales (el enemigo) a su audiencia, la crispación era una magnífica forma de hacerlo.
Es en este caldo de cultivo en el que se produjo la radicalización de Robinson.
El proceso de radicalización
Una persona no se radicaliza de la noche a la mañana. El proceso se da en varios pasos, a través de los cuales el radicalizado va asimilando nuevos conceptos culturales identitarios que le hacen dejar de empatizar y deshumanizar al enemigo.
Para ilustrar el proceso, imaginemos a un adolescente de 15 años, David, que podría ser cualquiera de nuestros hijos o conocidos.
1.- Exposición inicial
David es un estudiante de instituto que en plena adolescencia no encuentra su lugar y se siente socialmente aislado. Su vía de escape es Internet, y cuando no está en clase, está conectado permanentemente a Discord, jugando videojuegos y viendo vídeos en Youtube o TikTok. Lo de salir con chicas ni se lo plantea.
Un día, mientras ve un vídeo criticando una película por ser woke, el algoritmo le recomienda un vídeo de un influencer de derechas riéndose de algún incidente relacionado. David lo encuentra entretenido y le da like.
2.- Pertenencia de grupo
Al día siguiente, el algoritmo que ha detectado una posible palanca para maximizar el tiempo en el sitio de David, empieza a servirle contenido similar, introduciendo a otros influencers de la misma cuerda, con mensajes cada vez más extremos.
Así es como David llega a Nick Fuentes, un carismático influencer estadounidense que le ofrece una visión simplista pero convincente del mundo: los globalistas, el enemigo, han decidido crear un sistema por el que quieren erradicar al hombre blanco cristiano.
David empieza a seguir los streamings de Fuentes y se une a su comunidad en Discord, donde encuentra un grupo de personas como él, desubicadas y tratando de dar sentido a su vida. Al principio, los memes contra los judíos le parecen un poco ofensivos, pero a fuerza de verlos a diario, empieza a asimilarlos y usarlos él mismo en sus interacciones online.
3.- Activación
David, que ya ha comprado completamente la narrativa de Fuentes, comienza a participar en actividades que la comunidad organiza para luchar contra el sistema. Cuando una figura rival al movimiento, como Charlie Kirk, al que Fuentes considera un conservador globalista pro-Israel, aparece en un medio, participa en acciones coordinadas para spamear los memes internos del grupo. Se siente parte de algo. Se siente importante.
En este punto, David ya no considera de igual a igual a sus enemigos. Son menos que humanos, son personajes abstractos, NPCs, símbolos de la decadencia que su comunidad le ha enseñado a reconocer. La radicalización se ha completado.
La industria de la polarización
El ejemplo de Nick Fuentes no es casual. Mientras me adentraba en la madriguera de conejo de este incidente, descubrí que una de las teorías más plausibles es que Robinson estuviera influenciado por éste, quien lidera un grupo conocido como Groypers.
Fuentes aboga que gran parte del sector conservador de EE.UU. está capturado por las élites globalistas e Israel. Su comunidad llegó a organizarse para boicotear eventos de Kirk, acudiendo a sus debates y lanzando preguntas que dejaran en evidencia sus posturas globalistas, en lo que denominaron la primera Groyper War.
Independientemente de la relación de los Groypers en todo esto, lo que es importante entender es que hay toda una industria extremadamente rentable alrededor de la polarización, formada principalmente por tres partícipes:
La oferta: creadores de contenido, como Kirk o Fuentes, que se lucran creando narrativas extremas.
La demanda: los chavales en busca de sentido, que compran las respuestas sencillas a sus problemas.
Las plataformas: los gigantes de Internet que amplifican y extienden las narrativas porque sus algoritmos están entrenados para maximizar el atrape de sus usuarios.
En definitiva, la polarización funciona como un engranaje perfecto: unos producen el relato, otros lo consumen y las plataformas lo potencian. Y mientras tanto, la sociedad se fragmenta un poco más cada día.
¿Es una sociedad polarizada inevitable?
En Septiembre de 2025, que es cuando escribo estas líneas, me resulta difícil ser optimista. Si de verdad quisiéramos enfrentar el problema, deberíamos atacarlo por al menos dos vías:
Reduciendo la demanda: generando menos personas desencantadas y aumentando su capacidad crítica por la vía de la educación.
Regulando los algoritmos y el poder de distribución de las grandes plataformas tecnológicas: haciéndolas partícipes de los daños que genera en la sociedad las externalidades negativas que generan sus modelos de negocio.
Reducir la oferta sería también ideal, pero la realidad es que cualquier medida que atente contra la libertad de expresión va a ser aprovechada para reforzar su narrativa victimista. Aún así, hacer todo lo posible porque no se pueda vivir de sembrar odio no sería una mala idea.
Sin embargo, en la actualidad estamos yendo justo en la dirección opuesta. Elon Musk compró Twitter, y no solo devolvió la voz a aquellos que habían sido expulsados, sino que modificó el algoritmo para difundir aún más sus mensajes e incluso les dio una vía de ingresos vía monetización directa de su engagement.
Meta recientemente ha rebajado sus estándares de lo que considera contenido aceptable dentro de sus propiedades, y ha reducido equipos de moderación en todo el mundo (ganando rentabilidad en el proceso, pues recordemos que la moderación va directo a las líneas de costes para estas compañías).
Lamentablemente, a día de hoy, no parece que la regulación vaya a funcionar, por lo que solo nos queda la vía de la educación. Educación que tiene que darse tanto en las escuelas, pero sobre todo en el hogar, interesándonos por el tipo de contenido que consumen nuestros hijos y dialogando con ellos tratando de fomentar un espíritu crítico que les evite caer presa de estas redes.
Eso, o cerrar Internet.