El error de los 1000 millones de dólares de Sony
De rechazada por Sony a fenómeno global en Netflix: la increíble historia de KPop Demon Hunters y las lecciones que nos deja sobre estrategia y gestión del riesgo.
¿Recuerdas la primera vez que escuchaste Let It Go de Frozen? Este verano, esa sensación de himno global la ha provocado una canción llamada Golden. Solo que no tiene su origen en Disney, sino de una película de animación de Netflix que ya se ha convertido en el fenómeno cultural más grande del año: KPop Demon Hunters.
La película, que cuenta la historia de un grupo de pop coreano que por la noche se transforman en cazadoras de demonios, es ya la película más vista en la historia de Netflix, superando los 236 millones de visionados.
La banda sonora no se queda atrás. Los grupos protagonistas de la película, HUNTR/X y Saja Boys, copan las listas de éxito de todas las plataformas digitales, llegando a colocar cuatro canciones a la vez en el top 10 del Billboard Hot 100 estadounidense, algo que ni siquiera BTS o BLACKPINK habían logrado. Golden, el tema estrella de la película, ocupa el primer puesto desde hace semanas.
En TikTok es casi imposible no toparse con un baile con la música de la película. En YouTube, los vídeos de reacciones suman millones de visualizaciones. Si bien la película tuvo un comienzo modesto en su primera semana, el boca a boca en redes sociales la ha convertido en el fenómeno del año.
Siguiendo el camino inverso a un estreno tradicional, Netflix llevó la película a los cines después de su lanzamiento en streaming. Lo hizo organizando una sesión de karaoke en 1100 salas de cines en EEUU, consiguiendo ser la película número uno en recaudación ese fin de semana.
KPop Demon Hunters no solo ha sido un éxito. Ha sido la demostración de que la mezcla de K-pop, con un estilo anime y mitología coreana podía conectar con audiencias globales.
Cómo Sony perdió la franquicia de la década
Lo más irónico de todo es que este fenómeno empezó dentro de Sony. Maggie Kang y Chris Appelhans, empleados de la compañía, desarrollaron la idea, armaron un pitch completo con guión, ejemplos de las canciones, estilo visual, y hasta animaciones.
Cuando presentaron el proyecto a los ejecutivos de Sony, estos lo rechazaron. ¿El problema? La percibieron como demasiado arriesgado. Una película con un reparto 100% asiático, muy anclada en la cultura coreana y sin una potente franquicia detrás.
Con el “no” de casa, Kang y Applehans llevaron el proyecto a Netflix. Allí, la reacción fue inmediata: los ejecutivos decidieron apostar por ella financiándola en su totalidad. Netflix pagaría el coste de producción a Sony, 100 millones de dólares, más un fijo de otros 20, a cambio de quedarse con todos los derechos de propiedad intelectual presentes y futuros.
Según algunos analistas de la industria, esa decisión le podría haber costado a Sony más de 1000 millones de dólares.
El contexto del acuerdo
Aquí entra en juego un factor clave: Sony es el único gran estudio de Hollywood que no cuenta con una plataforma de streaming global.
Disney tiene Disney+, Warner tiene Max, NBCUniversal tiene Peacock, Paramount tiene Paramount+. Sony, por su lado, decidió quedarse fuera de la guerra del Streaming intencionalmente.
No era falta de ambición, sino una decisión estratégica. Levantar un servicio de streaming es una inversión de miles de millones, implica años de pérdidas y la necesidad de mantener un catálogo gigantesco para sostenerlo. Sony prefirió otra táctica: convertirse en un proveedor premium que vendería su contenido al mejor postor. El mercado validó la estrategia, y las acciones de Sony subían un 57% mientras el resto de la industria se desangraba.
Dentro de este contexto, en 2021, Sony firmó un acuerdo con Netflix por el cual la plataforma se aseguraba el estreno en streaming de sus futuros estrenos, como Uncharted o las nuevas versiones de Spider-Man (recordemos que Sony obtuvo los derechos del superhéroe de Marvel a perpetuidad). Dentro del acuerdo, Sony produciría también títulos para lanzar directamente en streaming. Es en el marco de este acuerdo, que Netflix se hace con los derechos de Kpop Demon Hunters.
Saliendo de la pandemia, con las salas de cine abriendo a cuentagotas y el riesgo de estrenar una película de animación original en salas, la opción más coherente para Sony era pasar el riesgo a un socio. Netflix no solo pagaba la producción: también garantizaba un fijo y, de paso, aseguraba empleo para todo el equipo de Sony Pictures Animation durante meses.
Bajo esta lógica, la decisión fue impecable.
El razonamiento estratégico de Sony
A toro pasado, todos somos Manolete. Lo que a todas luces ahora parece un error monumental, tenía un potente razonamiento detrás basado en tres premisas:
Reducir el riesgo financiero
Con un presupuesto de producción de 100 millones, lanzar Kpop Demon Hunters en cines le hubiera supuesto a Sony al menos otros 100 en marketing, lo que podía exponer al estudio a una pérdida de hasta 200 millones.
Recordemos, estamos en 2021, y Disney había lanzado sus últimos estrenos de animación directamente a su plataforma de streaming. También habían dudas sobre el comportamiento de las familias una vez se levantaran las restricciones post-pandemia por completo. Garantizar 20 millones en ese entorno frente a una posible pérdida, no parecía una mala jugada.Malas perspectivas en taquilla
Los datos jugaban en contra de Kpop Demon Hunters. Las películas de animación originales sin una marca reconocida o una franquicia potente detrás no funcionaban. Por poner un ejemplo de actualidad, Elio, la última película de Disney estrenada en cines al mismo tiempo que Kpop Demon Hunters, ha sido un fracaso en taquilla.
Los analistas coincidían en que incluso con una campaña de marketing masiva, la película probablemente habría debutado de manera discreta en cines, con el riesgo de que las exhibidoras le redujeran rápidamente las proyecciones. En ese escenario, difícilmente habría alcanzado el boca a boca que sí logró gracias al algoritmo y la disponibilidad global inmediata de Netflix, que le dieron semanas para crecer en audiencia y convertirse en fenómeno cultural.Consistencia estratégica
La filosofía de Sony era clara: no competir en streaming, sino vender al mejor postor. El modelo de proveedor tenía ventajas claras para la compañía: proporcionaba un flujo de caja estable y predecible, evitaba las enormes pérdidas iniciales que implica levantar un servicio de streaming propio y reducía la exposición al riesgo de fracasos en taquilla. Además, permitía a Sony concentrarse en lo que mejor sabía hacer, producir contenido, sin tener que preocuparse por construir una plataforma tecnológica, una infraestructura global de distribución o una estrategia de adquisición de suscriptores.
Este modelo también tenía ventajas para la calidad: al no destinar recursos financieros y humanos a sostener una plataforma propia, Sony podía concentrar sus esfuerzos en la producción creativa. Eso significaba más presupuesto y atención para los equipos de guionistas, animadores y directores, asegurando estándares más altos. Mientras Disney o Warner tenían que equilibrar inversiones entre contenido y tecnología, Sony podía enfocarse en sacar el máximo partido de sus estudios de animación e imagen real, manteniendo consistencia artística y libertad para experimentar sin las presiones de alimentar un catálogo mensual de novedades.
Lecciones que nos deja el caso Sony - Kpop Demon Hunters
Hemos visto el contexto y las motivaciones estratégicas de Sony, queda lo más interesante: ¿qué podemos aprender de este caso? Me vienen a la cabeza tres lecciones fundamentales:
Los modelos de valoración tradicionales están rotos
El caso de Kpop Demon Hunters demuestra que evaluar proyectos solo con métricas históricas de taquilla no sirve para detectar fenómenos culturales en la era del streaming. Sony aplicó un marco de valoración anclado en los datos de siempre: taquilla previa de películas de animación, demografía del público familiar, precedentes de películas con repartos nicho, y subestimó la fuerza de la ola cultural del K-pop.El valor de la propiedad intelectual
Netflix entendió que compraba un universo entero: música, merchandising, secuelas y hasta grupos virtuales que podrían vivir más allá de la pantalla. Sony, en cambio, lo trató como un film aislado. La diferencia es enorme: una película se monetiza en meses; una IP se monetiza en décadas y en múltiples formatos. Para quienes gestionamos productos, es un recordatorio de que el verdadero valor muchas veces está en el ecosistema y no en una entrega puntual.Los límites del modelo de proveedor
El rol de proveedor ofrece estabilidad financiera, pero impide capturar el upside de construir franquicias globales. Para Sony, significó sacrificar un fenómeno cultural a cambio de 20 millones garantizados. La ventaja de este modelo es evidente: ingresos seguros, baja exposición a pérdidas y foco en la producción. Pero el límite también lo es: cuando surge una oportunidad única, el modelo te encierra en un papel secundario.
El futuro de la franquicia
El éxito descomunal de KPop Demon Hunters hace casi inevitable la llegada de secuelas y spin-offs. Netflix ya ha iniciado conversaciones para una segunda parte, con los mismos directores al frente, aunque cualquier continuación dependerá de renegociar con Sony el marco de colaboración.
Y es que, pese a todo, Sony se guardó un as en la manga. Aunque cedió la propiedad intelectual, el acuerdo asegura que será la productora de cualquier secuela o spin-off. Eso garantiza trabajo continuado para sus equipos de animación y le permite mantener visibilidad en una saga que, aunque escape de su control, seguirá ligada a su sello creativo.
Por su lado, la popularidad de HUNTR/X y Saja Boys abre la puerta a un futuro donde los grupos virtuales trasciendan la pantalla: conciertos digitales, merchandising global, colaboraciones con marcas e incluso experiencias inmersivas en parques temáticos o videojuegos.
Todo apunta a que estamos ante el nacimiento de una franquicia transmedia con recorrido para la próxima década.
Conclusión
KPop Demon Hunters es el recordatorio perfecto de cómo una decisión estratégica puede cambiar el rumbo de una compañía. Para Netflix, ha sido la validación de su apuesta por el contenido global y la creación de una IP con potencial milmillonario. Para Sony, un caso de manual sobre el coste de priorizar la estabilidad y la hoja de cálculo frente a la ambición.
La enseñanza para quienes trabajamos en producto es clara: a veces el verdadero riesgo está en no asumir ninguno, especialmente si este acarrea un posible upside ilimitado.