Consecuencias inesperadas: El problema de los incentivos
Cuidado con lo que deseas, puede que se cumpla. Historias de incentivos mal diseñados y cómo evitar conseguir lo contrario a lo que buscas.
Ratas en Indochina
A finales de 1800 Francia tomó el control del norte de Vietnam de manos chinas. Unido a otros territorios que ya controlaba en la zona, dio lugar a lo que se conoció como la Indochina Francesa.
No tardaron en llegar los primeros colonos, y con ellos, sus costumbres importadas desde el corazón de Europa. Una de esas costumbres, era el desprecio porque ratas como conejos se colasen por los desagües de sus mansiones.
Así pues las autoridades competentes decidieron poner remedio a tal despropósito, ofreciendo una recompensa a los nativos por cada rata muerta que les entregasen. Parece ser que esta recompensa no era lo suficientemente atractiva, y las autoridades coloniales decidieron hacer cambios para conseguir resultados más efectivos.
Concretamente se dobló la cantidad por cada rata y se evitaba tener que cargar con los cadáveres a cuestas. Con entregar la cola era suficiente para cobrarla.
Al poco tiempo empezaron a divisarse ratas sin cola por las calles. No tardaron en descubrirse también lugares donde se criaban a estos poco deseables roedores.
Los francees decidieron poner fin a su programa de incentivos.
India y las cobras
Según un estudio reciente, en los últimos 20 años, las mordeduras de cobra han acabado con la vida de más de un millón de personas en la India. Parece evidente que la India tiene un problema con estas serpientes.
No es un problema nuevo. Cuando el Imperio Británico dominaba el país allá por los inicios del siglo pasado, puso un plan infalible en marcha para solucionar la cuestión. Daría una recompensa por cada cobra muerta que se entregara a las autoridades.
Al poco tiempo se empezaron a ver resultados, y los hindúes empezaron a cobrar sus recompensas. Quizás demasiadas recompensas debió pensar algún funcionario imperial.
Como en el caso de las ratas, no pasó mucho tiempo hasta descubrirse que algunos grupos de emprendedores nativos habían comenzado a criar cobras para cobrar sus incentivos. Los británicos reaccionaron suspendiendo el programa, a lo que nuestros resueltos locales respondieron liberando a las cobras criadas en cautividad.
El problema, lejos de solucionarse, se incrementó.
Los manuscritos del Mar Muerto
A mediados del siglo pasado, unos pastores beduinos encontraron unas vasijas en unas cuevas cerca del Mar Muerto que contenían unos pergaminos con textos antiguos. Éstos resultaron ser textos religiosos fechados con más de 2000 años de antigüedad con un incalculable valor histórico. Hoy día los conocemos como los manuscritos del Mar Muerto.
Cuenta la leyenda que los arqueólogos comenzaron a recompensar a los beduinos por cada fragmento encontrado. De nuevo, el programa de incentivos funcionó a la perfección y comenzaron a aparecer fragmentos y más fragmentos. Cada vez más pequeños.
Obviamente, nuestros beduinos reaccionaron como era de esperar y, si fragmentos es lo que se recompensaba, fragmentos es lo que entregaban… aunque para eso tuvieran que desmenuzar un pergamino en perfecto estado.
Ten mucho ojo con lo que deseas, puede que se cumpla
Estas cuatros historias hablan del problema de los incentivos. Y es que, cualquier sistema que pueda ser optimizado corre el peligro de serlo, con todas sus consecuencias.
Sabiendo que tu incentivo va a tratar de ser hackeado a la mínima, tienes que ir siempre un paso más allá y pensar en los efectos de segundo orden que puede causar. Por ejemplo, no parece muy difícil de prever que, si rindes el destino de una ciudad o un país a un indicador que el gobierno pueda manipular, probablemente este vaya a ser manipulado.
Charlie Munger, cuenta la historia de cómo una empresa de mensajería norteamericana resolvió un problema ajustando incentivos. La empresa tenía problemas de puntualidad porque no conseguía que los operarios descargasen la mercancía para intercambiarla de avión a tiempo.
Alguien pasó por allí y decidió cambiar el sistema de incentivos de los operarios. En lugar de pagarles por hora, les pagarían por turno completado, de forma que si terminaban de descargar los aviones previstos antes de tiempo, cobraban el turno completo y se podían ir a casa. De un día para otro, el problema de puntualidad se solucionó.
El propio Munger reconoce que, a sus 90 años, sigue sorprendiéndose día a día del poder de los incentivos. Seamos cautos pues con aquello que deseamos potenciar. Puede que terminemos consiguiéndolo.